domingo, 26 de septiembre de 2010

Con las ganancias, no!

Mordisquito vuelve a morder


Con las ganancias, no!

Aquel mordisquito al que le hablaba Discepolo, no se puede decir que no tuvo descendencia. Las circunstancias lo exigen, y desde las bambalinas de la historia los personajes se aprestan a volver a escena, porque Mordisquitos hubo y habrá siempre, lamentablemente, en el 2010 también, siguen mordiendo.

Tanto tiempo, Mordisquito. Qué tiempos tuviste de los cincuenta a esta parte, vos sí que la pasaste bien. Épocas de gloria, me imagino. Si habrás disfrutado de los infames noventa, cuando nadie te decía nada y se podía viajar a Miami, despilfarrando el patrimonio nacional por un trago en Palm Beach. Después te quedaste sin laburo, claro- y sin ahorros, porque te los afanaron los bancos- tuviste que hacer interminables colas de proles con el clasificado de Clarin bajo el brazo, cosa que no corresponde a tu estampa, pero era la necesidá… ahora esas épocas las ocultás, preferís pasarlas por alto. Te va bien, mejor que nunca, andás en cuatro por cuatro, pero estás malumorao. Si te saco algún tema, o por ahí lo sacás vos, es como una manivela incontrolable de insultos, uno de esos trompos con los que jugábamos de chicos y ya no sé como pararte. Pero hay que hablar con vos, Mordisquito, hay que hacer memoria.
No hace tanto que el país se fue a pique gracias a que los que querés votar lo gobernaron y ahora dan cátedra desde el Congreso, los mismos que casi lo hunden. No hace poco que cada provincia tenía su moneda, ¿te acordás de los patacones, los lecor, los lecop? Capaz que los chicos que toman los colegios no se acuerdan, pero vos ya tenés edad, y aún así parece que ellos la tienen más clara que vos. Pero no, me decís, este gobierno no tiene parangón, te gusta esa expresión, o esta otra: habrase visto! Todos esos pobres, negros los llamás vos, que van a cobrar la asignación universal. Te da bronca que otros puedan acceder a privilegios que antes te estaban reservados, leasé, un plato de comida. Y ahora qué te va a diferenciar. Con los impuestos que vos pagás, come y estudia un chico, qué barbaridá! Y la señora que va a cobrar la asignación, ya no quiere trabajar por horas en tu casa con la miseria que le pagás, y cuesta más conseguir peones que trabajen en negro en la estancia, te comentó Biolcati que comparte tu indignación. Lo contás sin ponerte colorao. Con tu plata, le dan escaleras a estos pobres para que te vengan a igualar, y ya no quieren lustrarte los zapatos. Resulta que en este país, quedaba dignidad. Y lo peor de todo, te quieren tocar las ganancias ahora, y decís que es parte del derecho de propiedad, el derecho de apropiarse del trabajo ajeno, será. Decís que es Cuba, pero está en la Constitución Nacional. ¿Ya echaste mano a Venezuela?, el Caribe sólo te gusta pa’veranear. Con las ganancias no. La querés toda pa’vos, igual que Gerardo. Los sindicatos te espantan, más que los chorizos que están en el congreso. Vivís proclamando lo que debería ser, hasta te encargás de sacar a relucir el discurso de la distribución del ingreso, si alguien se descuida, pero no, las ganancias no, con eso no se juega. Todo vuelve Mordisquito, todo llega. Te creías a salvo, pero estos negros vuelven por vos.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Tres hombres y un cuadro

Unos zapatos fervientemente lustrados subían parsimoniosos la escalera del Museo Nacional de Bellas Artes. Pertenecían a un señor de unos setenta años que transitaba las escalinatas con cierta dificultad, montado en un cuerpo encorvado, ya cansino, ayudado por un bastón de madera. Llevaba un traje azul oscuro, camisa blanca y paraguas negro, previendo la lluvia que anunciaban las pesadas nubes que cubrían el cielo. Una vez dentro del museo, recorrió con elegancia el hall hasta el salón donde se exhibía la colección de pintura universal. Por medio de un intercambio entre museos de diferentes ciudades, obras famosas de todo el mundo se expondrían en diferentes países durante un mes, para luego seguir su viaje por lugares remotos. Aquel era el día en que se inauguraba la exposición en Buenos Aires.
El señor del traje azul recorrió la galería contemplando las pinturas de las que sólo había tenido novedad por los libros. Le deslumbraron las técnicas, los diferentes estilos que podía describir con facilidad e imaginar, pero nunca había tenido delante de sus ojos. Aunque finalmente, podía adivinar los trazos tal cual eran sin necesidad de verlos. No pensaba que supiera menos de pintura por el hecho de no haber podido viajar a Europa y ver las grandes obras de arte universal en vivo y en directo. Al haberse dedicado a la crítica de arte, podía señalar el movimiento pictórico a que correspondía cada cuadro y describir con precisión los movimientos de pincel que se adivinaban en los trazos dibujados en el lienzo. Sin embargo, agradeció que antes de morir, la vida le hubiera dado la oportunidad de reunir en un sólo museo a escasos minutos de donde vivía, las pinturas sobre las que había hablado y enseñado toda su vida.
Luego de recorrer por casi una hora la inmensa cantidad de pinturas traídas de remotas regiones, frenó su marcha para contemplar una reproducción de La Ultima Cena, de Leonardo da Vinci. Era bastante buena, pensó, a pesar de no ser la original ya que se trata de un mural pintado sobre la pared de un convento en Milán. Frente a la pintura, un monje budista vestido con una especie túnica blanca reposaba sentado delante del enorme cuadro. El anciano se sintió incómodo por la extraña forma de contemplación del oriental, más aún cuando, al avanzar un poco más hacia el cordón dorado que protegía la famosa pintura, vio que el oriental tenía los ojos cerrados. Qué desperdicio, pensó, y continuó evaluando los detalles del cuadro. Volvió a mirar al oriental sentado en el piso y por un momento, sintió curiosidad, de modo que cerró los ojos luego de fijar la mirada en el centro del cuadro. La maravilla pictórica desapareció en una nube de oscuridad al cerrar sus párpados. “El cuadro sigue allí- pensó- lo sé, aunque ya no lo vea”. De la misma manera que podía reconstruirlo en sus detalles durante sus clases en el Instituto Universitario Nacional de Arte, aunque nunca lo había visto. En realidad, no podía saber si el cuadro estaba allí, aunque lo mirara o incluso lo tocara (de lo que desistió debido a las medidas de seguridad que se lo impedían, y con el fin de evitar escándalos o que su curiosidad fuera interpretada como un comportamiento delictivo). Si no podía estar seguro de que ese cuadro estuviera allí, a dos o tres pasos de sus pies, de lo único que podía estar seguro era de sus conocimientos, de que podía reconstruir los detalles de ese cuadro gracias a que los había estudiado desde que egresó de la secundaria en el Colegio Nacional Buenos Aires. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no advirtió que había permanecido con los ojos cerrados por casi cinco minutos, hasta que su atención volvió a distraerse cuando lo sacó de trance una voz masculina, más bien suave.
- No sabe la nostalgia que me genera este cuadro. Al principio, no supe por qué. Pero al rato me di cuenta que esas vasijas, esos platos, y la mesa alargada me recuerdan a los almuerzos de mi infancia en casa de mi abuela.
- Es una pena que no pueda apreciarlo más allá de ese recuerdo personal. Este cuadro fue pintado entre 1495 y 1497 por Leonardo da Vinci, durante el Renacimiento. Se trata de una reproducción, ya que el original es un mural pintado en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán
- Ud. Sabe mucho de pintura.
- Si, me he dedicado a la crítica de arte.

Un aullido interrumpió la amable conversación de los dos caballeros. Era el monje, que ahora tenía la mirada perdida en un punto fijo del cuadro. Su mirada era placentera.

- Al parecer, lo disfruta a su manera- comentó burlón Elvio a su compañero de visita.
- Si, bueno…es de una cultura muy diferente a la nuestra. Igualmente, yo pienso que cada persona ve en los cuadros su propia historia, sus inclinaciones, pinta su propio cuadro con el que haya hecho el pintor. Seguramente cada cual se detiene en diferentes detalles que le llaman la atención, para construir el cuadro que ve. Al parecer, a este hombre le trae buenos recuerdos este cuadro, que en mí genera cierta amargura.
- Perdón, ¿podría preguntarle su nombre?- dijo el señor mayor.
- Julio Aragón, ¿cómo es el suyo?- contestó el segundo visitante vestido con un sweater color beige, un pantalón marrón y mocasines en el mismo tono.
- Elvio Quiñones, para servirle- dijo, mientras extendía su mano.


Al estrechar las manos, los visitantes fueron parte de una extraña experiencia, que no se explicarían el resto de sus días. De repente, el museo se desvaneció y se encontraron en un edificio antiguo. Al mirar a su alrededor, divisaron una mesa con diez hombres, que parecían los apóstoles y en el centro un hombre oriental, vestido con una túnica blanca similar a la que suele llevar Jesucristo en las reproducciones que se han hecho de él. Los hombres se miraron sorprendidos.

- ¿Qué es esto, cómo llegamos aquí?- preguntó desconcertado Elvio, con voz temblorosa.
- Creo que estamos en la última cena, la de Jesucristo. Nos hemos metido dentro del cuadro- contestó Julio, fascinado.
- Allí debería estar Jesucristo, pero hay un señor oriental- dijo Elvio en voz baja, acercándose a la oreja de Julio.
- Creo que se trata del monje que estaba meditando en el museo.

El monje los invitó a sentarse a la mesa con una sonrisa y un gesto que parecía una reverencia. Elvio se acercó vacilante y arrimó la silla. Su amigo Julio parecía más animado, los aires nostálgicos del cuadro y el día se habían esfumado mientras una luz exterior esparcía sus rayos por un tragaluz de vitraux. Comieron y bebieron hasta el hartazgo y se rieron con los hombres, que hablaban varios idiomas a la perfección. Elvio empezó a sentirse más cómodo al poder hablar nuevamente en alemán, el idioma de su esposa, que había muerto hacía ya diez años. Tal era su placer que lanzó un pequeño aullido de alegría, que lamentablemente, lo despertó de aquel magnífico trance. Cuando abrió los ojos, el monje ya se había ido y su nuevo amigo también. Pensó que se había quedado dormido y aquello había sido un sueño, un bellísimo sueño, tanto que había parecido real. Sus sentidos lo habían engañado una vez más, pero no podía ser otra cosa que un sueño.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Memoria: José Luis Cabezas. Entrevista a Hector Sosa - UTPBA

ENTREVISTA A HECTOR SOSA, SECRETARIO DE PRENSA DE UTPBA

“El crimen de Cabezas fue el punto culminante de una década de ataques a los periodistas”

En un local de la Unión de Trabajadores de Prensa (Utpba), Héctor Sosa, Secretario de Prensa del sindicato, rememora el contexto en que fue asesinado José Luis Cabezas y hace un recorrido por una larga lucha contra la impunidad, de la cual formó parte el reclamo de esclarecimiento del crimen del reportero.

Héctor Sosa aparece por un pasillo cargado con libros, revistas y el anuario del sindicato de 1997, año en que asesinaron al Reportero Gráfico José Luis Cabezas, mientras trabajaba para la revista Noticias en la localidad balnearia de Pinamar. “La noche del 25 de enero, cuando salen a hacer la nota, las fotos ya habían sido editadas, y aparece el cuerpo de José Luis Cabezas en un auto, carbonizado, típico de una acción mafiosa que lamentablemente no es la primera vez que sucedía en el país-reflexiona el sindicalista- Nosotros no podemos olvidar que por aquí mismo, donde estamos ahora, pasaron Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, y este gremio sufrió mas de cien periodistas desaparecidos, muchos de ellos por sus investigaciones o su posición política.”

Lo primero que aclara el dirigente, sentado en uno de los pupitres del aula donde se imparte una Maestría en Comunicación Social, es que las denuncias de amedrentamiento a periodistas existían desde principios de la década del 90. En 1993, cinco años antes del crimen de Cabezas, había aparecido muerto Matías Bonino, quien estaba al frente de una campaña que realizaba el gremio contra la multiplicación de amenazas a periodistas. Para el Secretario de Prensa de Utpba, si el crimen de Bonino no tuvo la repercusión del de Cabezas, fue debido al contexto social en que cada uno sucedió. Según recuerda, “el contexto de 1997 era el de un menemismo en decadencia, el de una sociedad harta de que los pagos a los jubilados eran bajos, los pagos a los trabajadores también, había un contexto internacional donde se empezaban a producir algunos cambios y el menemismo estaba en retroceso. Hubo una reacción de la sociedad muy fuerte, detrás de la consigna “No se olviden de Cabezas.” Por el contrario, “en el año 1993 era otro contexto, una sociedad que estaba creída en el voto cuota, en las privatizaciones, en la farandulización de la televisión, por lo tanto al asesinato de Bonino y sobre todo proviniendo de un sector organizado, ni los medios ni el gobierno le prestaron la atención que luego le darían al crimen de Cabezas.”

Invitado a rememorar los días en que se conoció el asesinato del fotógrafo, Héctor resaltó la importancia de recuperar la situación social que vivía el país. “Es importante contextualizar en qué momento se produce el asesinato de José Luis Cabezas: es un contexto de gobierno del ex Presidente Menem, donde existían peleas dentro del propio gobierno, en donde estaba siendo observada de manera crítica la policía bonaerense, y también el de algunos empresarios que no eran gustosos de tomar trascendencia pública.”

“José Luis era un compañero afiliado a Utpba, un excelente fotoperiodista, que ese verano junto con otro colega, afiliado también a la entidad, el compañero Gabriel Michi, fueron a hacer lo que se llama en nuestro trabajo hacer la costa”. Según explica, “hacer la costa era cubrir la movida, lo que pasaba en el verano, podía significar hacer notas sobre la modelo del mes, o como en este caso, y aquí nosotros tenemos una mirada crítica sobre los dueños de los medios de comunicación, enviar a hacer notas como un seguimiento a un empresario, en este caso a Alfredo Yabrán, sin ningún tipo de preservación desde el punto de vista físico, de seguridad. A los trabajadores de prensa muchas veces los mandan a hacer investigaciones que en ocasiones son útiles o funcionales a los dueños de los medios de comunicación.” Jorge Fontevecchia, dueño de Editorial Perfil a la que pertenecía la revista Noticias para la cual trabajaba Cabezas, fue quien decidió que se hiciera un seguimiento sobre Alfredo Yabrán.

Yabrán era un empresario exitoso, un nuevo rico de la época del menemismo, dueño entre otras empresas del correo privado OCA. Según trascendió, al empresario no le gustaba que su imagen tomara estado público y Cabezas había logrado fotografiarlo caminando en la playa junto a su mujer.

Al ser consultado sobre si su colega fue asesinado por esa foto o por algún otro descubrimiento que hubiera hecho, Héctor Sosa responde: “No puedo hacer especulaciones sobre los motivos del crimen, porque estaría hablando sin fundamento. Lo que sí sé es que a veces los periodistas son el pato de la boda en las peleas entre gobernantes. Si alguien ve algo que no tiene que ser visto, su vida se acorta bastante. Hay una justicia que metió preso a una cantidad de personas, ahora las deja libres, y es la misma justicia.” Cabe aclarar que los condenados por el asesinato del reportero fueron excarcelados gracias al beneficio del 2 x 1, que hace que los años transcurridos en prisión sin sentencia firme se cuenten por doble en el cumplimiento de las condenas.
El juicio oral por la muerte de Cabezas se hizo en el año 2000 y señaló como responsables al Jefe de Custodia de Yabrán, Gregorio Ríos y cuatro policías pertenecientes a la bonaerense que participaron del crimen. El empresario postal no pudo ser juzgado ya que se suicidó mientras se encontraba prófugo de la justicia el 20 de marzo de 1998. Al momento de preguntarle si cree que se llegó a esclarecer el crimen, Héctor plantea que “el caso de José Luis es un hecho que no fue del todo aclarado nunca. Lo que sí sabemos es que fue el punto culminante de una situación en los años 90 dada por un gobierno, el menemista, que tuvo durante 10 años una actitud de ataque constante hacia los trabajadores de prensa. Hubo algunos casos de censura como el de Tato Bores. Se cerraban y se decomisaban radios. Siempre aparecían periodistas amenazados, algunos casos de periodistas conocidos como Nelson Castro tomaban estado público, otros no.”

La colaboración policial en el asesinato dejó al descubierto la corrupción existente en la policía bonaerense. “El caso reveló el poder mafioso en la Provincia de Buenos Aires, pero con la movilización que inició Utpba nosotros pudimos desmantelar la mentira organizada. Lo que se denominaba la bonaerense, yo creo que todavía sigue. Los que durante la dictadura eran jóvenes que participaron en la represión ilegal secuestrando, torturando, siguieron actuando en las fuerzas de seguridad en los años ‘80 y ‘90.”

Al adentrarse en el tema de la memoria, que sirvió como disparador de esta entrevista, Héctor cuenta que el lema de la campaña No se olviden de Cabezas, “apuntaba al olvido porque el tema de la memoria tiene que ver con lo que decía Freud: hay una parte del yo que tiende a la negación de las cosas que ocurren, el yo represor. La memoria de la sociedad argentina ha sido bastante débil, pero en ese entonces había una dinámica social que permitió una respuesta masiva, por la cual los periodistas nos sacamos el sayo de ser corporación, y sumamos a las organizaciones sociales, culturales, religiosas, barriales, estudiantiles.” En su opinión, si se llegó a un punto en que hubo un juicio y condenados, fue gracias a esta movilización social, de una sociedad harta de la impunidad. “El día que se cumplió el primer mes, llamamos a parar el país durante un minuto, ‘Un minuto por José Luis’ y la gente paró los colectivos, los subtes. Existía un gran rechazo ante varios crímenes que no estaban esclarecidos como el de Cabezas, el de María Soledad, la voladura de Fabricaciones Militares en Córdoba, el asesinato de Teresa Rodríguez como hechos emblemáticos. También hicimos el Tren contra la Impunidad, que salió desde Constitución hasta Dolores, donde estaba el juzgado que llevaba la causa Cabezas, y eran miles y miles de personas que participaron en pueblos y estaciones de trenes porque fue un momento de hastío de la sociedad.”

lunes, 13 de septiembre de 2010

Cuidar el bolsillo

Estrategias para ganarle a la inflación


Cuidar el bolsillo


Desde compras comunitarias, centros de abastecimientos alternativos a los supermercados hasta iniciativas empresariales, algunas de las formas que buscan los argentinos para amortiguar los golpes de la inflación.


Debido al aumento de precios, cada vez son más los que viajan al Mercado Central bien temprano en la mañana para realizar compras conjuntas de formas más o menos organizadas. En la casa de Bibiana Gigli en Villa del Parque son cuatro, junto a su marido y sus dos hijas. Se pusieron de acuerdo con la familia de enfrente para realizar visitas periódicas a ese mercado de abastecimiento. “Este mes ya fuimos dos veces. Encontramos precios mucho más baratos, sobre todo compramos fruta y verdura. Trajimos un cajón de mandarinas y otros de naranjas, y lo repartimos. Eso sí, nos pasamos comiendo mandarina todo el mes”. Si bien la solución dista de ser mágica, ayuda a sanear la economía del hogar. Algunas organizaciones sociales encararon la iniciativa de forma comunitaria. Fue el caso del Movimiento Evita, o los vecinos de 678 Facebook Almagro, Caballito y Boedo, que alquilaron micros para llegar hasta el mercado.

Aún descontando el costo de la nafta o alquilar un ómnibus, la estrategia de esquivar al intermediario parece ser un buen negocio. En mayo de 2010, el Mercado Central publicó sus precios en el portal www.mercadocentral.com.ar. En ese mes, Infobae destacaba que, por ejemplo, el kilo de manzanas ($2.80) estaba hasta diez pesos más barato que en las verdulerías de la Ciudad de Buenos Aires, que calculaban entre $10 y $13 pesos. En promedio, las verdulerías e hipermercados de Capital ofrecían precios cuatro veces más caros que los del Mercado Central.

Si bien parte del problema de la inflación se debe al aumento de costos, otro aspecto es producto de la especulación de los comerciantes, que por la gran concentración que existe en el sector saben que el consumidor se encontrará cautivo. La falta de tiempo es una variable que juega en contra a la hora de buscar precio y son pocos los hipermercados que un vecino tiene como opciones. Los lugares de abastecimiento alternativos a los supermercados son otra de las formas que eligen los vecinos para poner un freno a la inflación y la especulación. En el barrio de Chacarita, la Mutual Sentimiento ofrece una feria de productos orgánicos los miércoles y sábados en su centro de abastecimiento llamado “El Galpón”. Existen otros centros similares en La Plata y Palermo. Además de una relación directa con los productores, lo que buscan sus visitantes es comer más sano, ya que los productos están elaborados sin agroquímicos.

Algunas iniciativas empresarias fueron en el mismo sentido. Cuando en enero de este año, los precios de la carne aumentaron, la Cámara de Comerciantes de Pescado puso puestos ambulantes que fueron rotando entre diferentes barrios de la Ciudad y el Conurbano. Si bien el filet de Merluza no reemplazó al tradicional asado en la dieta de los argentinos, la intención de los empresarios era difundir este alimento para ofrecer una alternativa al alto consumo de carne vacuna que existe en la población argentina.

En última instancia, para quien tenga estado físico y tiempo disponible, siempre queda la opción que recomendara Lita de Lázzari, presidenta de la Asociación de Amas de Casa: caminar y caminar para buscar el mejor precio y que la inflación no le alcance, señora.