martes, 30 de noviembre de 2010

La experiencia de ser persuadidos

“La persuasión”, obra escrita por la egresada del IUNA Erika Halvorsen, y dirigida por Luciano Cáceres, tiene la virtud de captar un aspecto central de la problemática de la sociedad actual: la circulación de la información y su funcionamiento, dentro de la lógica de los medios masivos. Esta sería una virtud a medias si lo hiciera desde lo teórico en vez de plasmar esta temática en una situación desopilante, donde el humor y la ironía son elementos centrales que, lejos de ser pasatistas, dejan traslucir críticas profundas, de esas que dejan pensando.

A pesar de presentarse en una sala improvisada, un nuevo espacio abierto recientemente en los recovecos del histórico Teatro Nacional Cervantes, que resulta un lugar un poco incómodo, la obra goza de un despliegue escénico interesante, apuntalado por la introducción de elementos multimedia que, lejos de la mera espectacularidad tecnológica, están muy bien integrados en el argumento de la obra. Las cámaras y la proyección de las actrices en vivo, así como el backstage que sucede detrás del escenario y del cual tenemos noticia a través de las cámaras, logran demostrar con elocuencia la construcción de la realidad, y cómo ésta adquiere verosimilitud, cuando es reflejada a través de la pantalla.

El argumento de la obra puede resultar absurdo- lo es- si se tiene noticia de él por fuera de su escenificación. Pero el desafío de la obra es persuadirnos para que nos resulte verosímil ese imposible. Y lo logra. Es, en este sentido, un experimento y un ejercicio reflexivo, tanto para los actores como para su público. Sentados en las sillas que ofician de butacas, los espectadores se ven tentados a creer en el testimonio de una viuda que denuncia que su marido fue secuestrado por Al Qaeda. Este secuestro, el de un mediano empresario argentino, tercerista de la construcción, sería el paso previo para la perpetuación de una serie de atentados. Desde un primer momento, el espectador accede a “la cocina” de la noticia y sabe que hay mucho de elaboración artificial en esta campaña, pero aún así, no pone en duda que esa noticia podría haber sido una de las tantas que se lanzan desde las pantallas de TV, hasta que se transforman en indiscutibles incluso para ellos mismos.

La persuasión habla de temas profundos pero abordados sin solemnidad y con humor, sobre todo con una buena dosis de humor negro, que- no está de más decirlo- puede herir algunas susceptibilidades para aquellos que no gocen de este tipo de humor tan particular. La obra aborda la lógica perversa de los medios de comunicación, la construcción de la noticia, el arreo de voluntades, y no deja de meterse en ásperos territorios cuando se adentra también en la utilización política de estas realidades construidas para la creación del miedo y sus peligrosas consecuencias. Como si esto fuera poco, no quedan afuera tampoco las relaciones familiares, los celos entre hermanas y las hipocresías de un matrimonio de clase alta, de esos que habitan los countries bonaerenses.

En resumen, “La Persuasión” ofrece un muy buen guión con una innovadora utilización de recursos multimedia que no se desconectan del argumento central, sino que lo enriquecen. Además, goza del despliegue de actores talentosos y no tan conocidos, que sorprenden en el escenario, como Susana Cart (Teatro por la Identidad), Cristina Fridman e Ignacio Rodríguez de Anca. Todo esto por una entrada económica a cambio de un muy buen espectáculo. Es además un ejercicio reflexivo que nos permite experimentar como los argumentos y hechos más inverosímiles pueden tornarse creíbles cuando los muestra una cámara. La obra hace honor a su título y logra persuadir. Por mi parte, creo oportuno persuadir a los lectores de que vayan a verla.

Título
La Persuasión

Autor
Erika Halvorsen

Director
Luciano Cáceres

Elenco
Susana Cart Cristina Fridman Ignacio Rodríguez de Anca

Asistencia de video
Verónica Mc Loughlin

Lugar
Sala Luisa Vehil,
Teatro Nacional Cervantes

Localidades: $30


Enloqueciendo mi ciudad

Había un barco encallado en plena bocacalle
y ella se despedía con pañuelos y ademanes.
Los autos ladraban y movían los caños de escape.
Mi ciudad- por fín- había enloquecido:
Encarceló a los mercaderes,
Liberó las hamacas y las plazas
La muchedumbre se juntaba en las terrazas
a festejar el deseo y la esperanza.
La cordura agonizaba en la cornisa,
amenazada de muerte- por fin- la injusticia.
Yo caminaba sus calles- por fin- feliz de vivir aquí.

Un flaco alto obligaba a un hombre armado
A bajar el cuadro de su jefe asesino,
los cobardes le llamaban temerario,
las madres lo aplaudían abajo y arriba del escenario.

Había trenes que volaban
Largaban humo rosa de trompas galopantes
Guardas vestidos de príncipes
Tiraban al aire los boletos
El amante encontraba a su amada en la estación
Y chocaban astronautas perdidos sin su espacio
Mi ciudad- por fin- había enloquecido
Y frenando de pechito a la luna por callao
Un buey silbaba un tango
Yo bailando empezaba a reir
Feliz- por fin- de vivir aquí.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Dos Plazas, dos momentos, ¿sólo dos años?

Recuerdo aquel fatídico día de 2008, cuando escuché unos tenues chillidos de metal diseminados y algunas bocinas que parecían acompañarlos. Recuerdo mi desconcierto. Venía caminando devuelta del trabajo y le pregunté a un compañero: “¿a estos qué les pasa? No me digas que salen a apoyar las ganancias del campo”. Por esos -ya míticos- días de desconcierto en 2008, me encontré con la única certeza que me acompaña desde entonces: hay que hacer algo. Fue cuando caía de cajón la respuesta ante la pregunta de Matías Martin ¿De qué lado estás? Esa noche, cuando las cacerolas de teflón inundaron las esquinas de Recoleta y Caballito, pero también se asomaron a la de Medrano y Corrientes, cerca de mi casa, quise ir a la plaza. Mandé algunos mensajes, y fuimos, me encontré con amigos allá que no tenían militancia orgánica, igual que yo, pero esa plaza me desalentó. Sin ánimo de ofender a otros compañeros que fueron a poner el cuerpo, no encontré un pueblo sino algunos grupos, con sus banderas, me pareció increible que tan poca gente se haya movilizado. El chaparrón que vino después no hizo más que empeorar las cosas y volvimos a nuestras casas.
Desde entonces, el cielo fue aclarando. El gobierno, en vez de dar el brazo a torcer y bajar las banderas ante la presión de la oligarquía y la ferocidad de los medios, redobló la apuesta: Ley de Medios, Asignación Universal por hijo, Matrimonio igualitario y otras tantas epopeyas y alegrías que no imaginabamos. Fueron otras plazas, mil postales mucho más alegres. Así nos fue aglutinando, no fuimos nosotros, sino este gobierno con sus señales el que fue marcando el camino.
La noche del 27 de octubre pasado volví a ir a la plaza . Otra vez, no quedaban dudas de que había que estar. Ahora no nos defendíamos de un ataque, tampoco íbamos a festejar un triunfo. Esta vez íbamos a rendir homenaje al que nos condujo por ese camino, al que nos mostró que el horizonte estaba más allá de donde podíamos verlo. Al que llevó la imaginación al poder. Ibamos a despedirlo. De nuevo la angustia, la tristeza, la impotencia. Pero esa plaza había cambiado, nos habíamos encontrado finalmente. Sin miedo a decir lo que pensábamos, miles nos acercamos espontáneamente a Plaza de Mayo. Algunas voces necias podrán negar lo evidente, las imágenes hablaban por sí mismas. Entonces el corazón enternecido, se reconfortó un poco, con esa postal de la plaza reencontrada.
Supimos que éramos muchos, y los que casi festejan, también lo supieron. La sonrisa se les desdibujó, cuando vieron esa gran manifestación, ese acto político que nació desde el sentimiento. Ahora, este proyecto necesita de todos y en cada uno debe estar el compromiso de bancarlo y hacerlo nuestro. Hay que afilar la imaginación, proponer iniciativas, marcar agenda, porque de eso depende que este proyecto este vivo. Avanzar, es la única forma de no retroceder y de seguir sumando.