domingo, 27 de marzo de 2011

A un siglo y 10 años del nacimiento de Enrique Santos Discépolo

Asignatura pendiente

Un 27 de marzo de 1901 nació Enrique Santos Discépolo, cariñosamente llamado Discepolín. La fecha sirve de excusa para recordar al creador de tangos como Cambalache y Gira Gira, que -paradoja de los números- se volvieron aún mas vigentes cuando llegó aquel siglo que evocaba la frase “en el 2000 también” y se cumplía un siglo de su nacimiento.
En su 110 cumpleaños, visitar la obra de Discépolo es meterse por el hoyo de Alicia, un viaje que merece ser emprendido, un regalo al revés que le da el cumpleañero al invitado. También es una oportunidad para redescubrir a  "Mordisquito”, personaje de sus audiciones radiales desde donde combatió a favor de la reelección de Perón en 1951, contra el conservadurismo horrorizado ante la primera incorporación de las clases populares a la política. Es rescatar al olvidado y silenciado por la pacatería de una clase media que no soportó que fuera fiel al pueblo que le había inspirado sus obras con su acuarela de pobreza esperanzada. Uno de los poetas del tango que le pusieron letra y música a la realidad argentina.
Revisitar la obra de Discépolo es una asignatura pendiente que sería provechoso emprender. Es hacer justicia con el poeta, el compositor, el actor de teatro y cine, el dramaturgo, el comentarista, el político, el constructor de un pedazo de cultura popular. Parecen muchos, pero es un artista integral que condensó gran parte de la historia del pueblo argentino. Un pedazo de historia, un acorde de sueños, un hombre crucificado por sus ideas, una pregunta empecinada sin respuestas conformistas, un rumor de calles y quejas, la miseria que apura el paso y el escepticismo crecido a la sombra de tanta traición en los infames años 30, los sufrimientos de un pueblo laburante, la nostalgia del inmigrante que añora su tierra, los aromas del barrio y el  conventillo perfumados por el recuerdo. 

Balvanera, 1901. Por entonces, el barrio era un suburbio de un centro porteño que no se extendía más allá de la calle Callao. Donde hoy florecen los negocios mayoristas de las más variadas chucherías, nacía el menor de los hijos de Don Santos Discépolo, un músico italiano que como otros tantos inmigrantes buscó el sueño americano y encontró la dura realidad del paraíso terrateniente argentino. La vida tampoco se presentó fácil para Enrique, que quedó huérfano con sólo diez años. Cuentan sus biografías, que en la secundaria, incurre frecuentemente en la conocida práctica de la “rata” y cambia la institución escolar por la escuela de la calle y el bar, que describirá magistralmente en “Cafetín de Buenos Aires”.  Su primer acercamiento al tango fue a los catorce años en el patio de uno de esos conventillos que describiera como “una oxidada sinfonía de latas… toda una intimidad doméstica al aire… un mundo donde el tacho era un trofeo y la rata un animal doméstico”. Pero este primer contacto resultó imperceptible para el muchacho, que junto a su hermano Armando Discépolo se dedicó tempranamente al teatro como actor y dramaturgo. Sus primeras composiciones musicales caen en saco roto, como el crudo escepticismo de "Qué Vachaché” escrito en 1926, resulta incomprendida en medio de los años locos argentinos, vigentes hasta que la crisis de 1929 pinche las burbujas del capitalismo mundial y el modelo agroexportador argentino, tan vulnerable a sus vaivenes. Al son de la crisis, la obra de Discépolo revela por primera vez su carácter premonitorio.

 Pero en 1928, Enrique tiene su primer gran éxito con “Esta noche me emborracho”, donde cuenta la decepción del hombre que ve en quien fuera su amada la vejez y el deterioro como un espejo y concluye:

Fiera venganza la del tiempo,
que le hace ver deshecho
lo que uno amó...
Este encuentro me ha hecho tanto mal,
que si lo pienso más
termino envenenao.
Esta noche me emborracho bien,
me mamo, ¡bien mamao!,
pa' no pensar”

 Ese año también se estrena “Chorra” y resucita el otrora ninguneado “Que Vachaché”. Fiel pintura de la década de hambre que se avecina, los desocupados tarareararán estos versos por las calles de Buenos Aires:

 Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida.
Ya me tenés bien requeteamurada.
No puedo más pasarla sin comida
ni oírte así, decir tanta pavada.
¿No te das cuenta que sos un engrupido?
¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos?
¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido!
¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!.

Lo que hace falta es empacar mucha moneda,
vender el alma, rifar el corazón,
tirar la poca decencia que te queda...
Plata, plata, plata y plata otra vez...
Así es posible que morfés todos los días,
tengas amigos, casa, nombre...y lo que quieras vos.
El verdadero amor se ahogó en la sopa:
la panza es reina y el dinero Dios.

¿Pero no ves, gilito embanderado,
que la razón la tiene el de más guita?
¿Que la honradez la venden al contado
y a la moral la dan por moneditas?
¿Que no hay ninguna verdad que se resista
frente a dos pesos moneda nacional?
Vos resultás, -haciendo el moralista-,
un disfrazao...sin carnaval...


La década del treinta verá nacer, junto a la infamia del fraude y la corrupción, el tango que mejor resume esas realidades y otras que se revelaron en el futuro igualmente nefastas, como su letra lo anuncia:

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé...
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos...”

Comprometido con el arte popular más allá de su propio talento, batalló como parte del Sindicato de Autores y Compositores –SADAIC- por los derechos de autor que les dieran de comer a su vez a los mismos artistas y músicos populares. En 1944, conoce a Juan Domingo Perón, que en su rol de Ministro de Previsión Social, lo recibe debido a la campaña represiva que el gobierno militar emprende contra el lunfardo. La charla se hace larga y surge allí una de las amistades más célebres de la historia reciente argentina. Sin embargo, Discépolo no será un peronista de la primera hora. Pero sí lo será en las horas decisivas y con ello se le irá la vida. El 17 de octubre del 1945 lo encuentra tan sorprendido y desconcertado como gran parte de la clase media intelectual de la que forma parte. Al cabo del primer gobierno peronista, y hacia las elecciones que consagrarán la reelección del General Perón en 1951, combate con gran creatividad desde los medios de comunicación de la época mediante sus creativas audiciones radiofónicas. En ellas crea a un personaje imaginario, al estereotipo del “contrera” o “gorila” al que bautiza Mordisquito.

“Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te encontraste con el regalo de una patria nueva, y entonces, en vez de dar las gracias por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y que vos no lo querías derecho sino cruzado. ¡Pero con el sobretodo te quedaste! Entonces ¿qué me vas a contar a mí? ¿a quién le llevás la contra? Antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestás. ¿Y por qué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceylán! Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la nata por turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta. ¡Pero no hay té de Ceylán! Y según vos, no se puede vivir sin té de Ceylán. Te pasaste la vida tomando mate cocido, pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay té de Ceylán. Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero... ¡no hay té de Ceylán!...”

Su incursión en política le trae aparejado el distanciamiento de parte de sus conocidos y la mirada condenatoria de algunos. Como sostiene el historiador Norberto Galasso en el libro “Discépolo y su época”, es probable que ese mal trago le dé un golpe mortal a su debilitada salud. Discepolín muere de un ataque cardíaco dos meses después de ver triunfar la fórmula Perón Quijano, el 23 de diciembre de 1951. En su homenaje, el Teatro Presidente Alvear pasa a llamarse Enrique Santos Discépolo. Pero la campaña de silenciamiento que la sangrienta dictadura de 1955 impone respecto al peronismo, atañe también a su nombre y a sus composiciones, y el teatro vuelve a su antiguo nombre. La resistencia de la cultura popular, trasmitida de padres a hijos mediante la cultura oral, hace sin embargo que todos recordemos de memoria al menos la primer estrofa de Cambalache o su sintética imagen de “la biblia junto al calefón”, que tan bien resume la historia argentina del siglo XX. Recuperar la obra de Enrique Santos Discépolo es una asignatura pendiente, que sólo se aprende -al igual que su poesía- en las casas, las calles y los bares.