En un día histórico, los monopolios boquiabiertos, absortos frente a dos mujeres tiernas como la carne y duras hasta los huesos, desesperados arañando sus sangrientas ganancias, los dueños del poder y la palabra, se ven avasallados por la poesía de la historia.
Saben que su ejército precarizado los abandonará feliz al doblar la esquina. Balbucean salivando libertades que pisotearon y otras que violaron abiertamente, pensando que la impunidad sería eterna.
Saben eso de que no se puede mentir a todos todo el tiempo y aún así pensaron que este día histórico nunca llegaría.
Este día, en que el vértigo empieza a colarse por las venas y a oleadas de oxígeno nuevo, la sangre grita fuerza, compañeras.
Mientras políticos genuflexos, con las rodillas machucadas de tanto agacharse frente a los poderosos, sin rubor en las mejillas, lanzan proclamas por el mercado, nostálgicos de la época Banelco.
Dos mujeres: una con el valor más profundo que su herida, la otra decidida y ardiente, escriben la historia del fin de la mentira.
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