En este año que termina, en que la carrera presidencial está en preliminares, vuelve a aparecer como noticia cotidiana la violencia. Muertes ligadas a la protesta social, como en los 90 o como en 2001. Esta vez de la mano de la derecha recalcitrante que encarna Macri como en otro momento la encarnó Mendez, pero también de los elementos podridos que todavía afloran de lo viejo que no acaba de morir, como la burocracia sindical de los gordos de Pedraza, o la Policía Federal todavía impregnada de elementos que actuaron en la dictadura y de una historia de represión en democracia que se ha intentado revertir desde 2003. Pilares contrarios al cambio en donde se asientan los mismos cambios para tomar impulso, cuestiones que se dejan en stand by para lograr una hegemonía que permita la gobernabilidad, una estabilidad que permita gobernar al tiempo que se llevan a cabo grandes gestas contra los grupos monopólicos, contra la oligarquía, contra los poderes concentrados que se creyeron dueños del mundo y del país, y con razón. Pero esa estabilidad tiene en sus cimientos las cloacas de un modelo caduco, formaciones de poder que no son fáciles de disolver ni menos pueden disolverse de un sólo golpe o rápidamente como quisiéramos. Sería importante no sucumbir en ellas.
Otra vez nos duelen noticias de muertes pobres a las que ya no estamos mal acostumbrados y que nos sublevan. Mucho más cuando se escuchan voces de pornográfica xenofobia por parte de funcionarios y el mismo Jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauritzio Macri. Estas tristísimas muertes como la de Mariano Ferreira, y los tres muertos de Soldati, son preocupantes y graves. La muerte no puede hacerse costumbre, tampoco la represión, no podemos acostumbrarnos a eso y mucho menos dejar que pase. Esta seguidilla debe terminar cuanto antes. El único camino que le queda a la derecha es sembrar el caos y presentarse como la opción de orden que venga a controlar el país con su mano dura. A eso juega Duhalde ofreciéndose ante sus amos en Washington. Hay que bloquear ese camino. Por eso, la Policía Federal y la gendarmería llegadas a Soldati tienen que ocuparse de que no haya ni una muerte más. No van a cuidar el parque, un parque que es en realidad un descampado en estado de escandaloso abandono, van a cuidar la vida de las personas que se encuentran en el Parque, mientras se inicia el proceso de negociación para solucionar el problema de vivienda que afecta a los ocupantes. Si la inoperancia del pro no logra dar una solución política a esta demanda, el Gobierno Nacional tendrá que ocuparse. No hay nada que perder y todo por ganar. No es sacarle las papas del fuego a Macri, más allá de la cuestión jurisdiccional. Es salvaguardar los derechos humanos a la vida, a la vivienda, y es demostrar cuál es el camino para conseguirlo. La política ha recuperado su jerarquía en relación a la economía y debe recuperarla respecto a la violencia.
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